Los
centros asistenciales equipados con salas de parto tienen diferentes
procedimientos y protocolos en la atención del parto.
Entre
los más frecuentes usados para el monitoreo de la madre y su bebé, están:
De
la frecuencia cardíaca fetal (FCF) usando un estetoscopio o con ultrasonido. En
algunos centros se acostumbra imprimir el control de los latidos del feto, y en
otros son apuntados en un partograma por el personal de atención al parto.
Se
recomienda auscultar la FCF de forma intermitente, durante 60 segundos como
mínimo, cada 15 minutos en el periodo de dilatación y cada 5 minutos en el
periodo de expulsivo.
La
auscultación intermitente deberá interrumpirse y sustituirse por la
monitorización continua cuando aparezcan alteraciones en la FCF o en la
evolución del parto.
El
control de las contracciones uterinas puede ser realizado de manera mecánica,
usando un manómetro y ocasionalmente un catéter de presión intrauterino el cual
brinda lecturas más precisas de las contracciones uterinas y de los latidos
fetales.
Tales como el pulso, la Presión arterial y la
frecuencia respiratoria de la madre durante el trabajo de parto. Todos estos
valores son registrados en un partograma que dura mientras dure el trabajo de
parto.
El
tacto vaginal es el método más aceptado para valorar el progreso del parto. El
número de tactos debe limitarse a los estrictamente necesarios.
Éstos
suelen ser experimentados por las mujeres como una fuente de ansiedad, ya que
invaden su privacidad e intimidad.
Siempre
que sea posible deben ser realizados por la misma matrona, ya que se trata de
una medida con un componente de subjetividad.
La
vigilancia clínica de la evolución del trabajo de parto puede prevenir,
detectar y manejar la aparición de complicaciones que pueden desencadenar daño,
a veces irreversible o fatal para la madre y el recién nacido.
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